DEDALUS
Decrecimiento Digital y Alternativas para una Universidad Sostenible
Thursday, January 27, 2022
Why I Take Good Care of My Macintosh
Atención a domicilio
Han pasado casi cuatro años y muchas cosas. Vuelvo para escribir unos apuntes semanales sobre una investigación-acción que comienzo hoy. Tras poner las notas de mi asignatura del primer cuatrimestre, comienza para mí la temporada de investigar en serio.
He tenido mi pequeña gran dimisión, my little big resignation. No he dejado el trabajo, pero sí el ordenador en el trabajo. Cuando estoy en casa trabajo sólo para la casa. Respondo al teléfono pero nada más.
Desacoplar la vida doméstica y la profesional no es fácil estos días. La tendencia es más bien lo contrario, y durante la pandemia no ha hecho sino hacerse más visible.
No renuncio a lo digital pero lo quiero contener y minimizar, porque ya se ha comido demasiados años de mi vida.
Incipit berriro
Neroni aise bizi ninteke posta-bulegorik gabe. Uste dut komunikazio garrantzitsu gutxi egiten direla postaren bitartez.
Walden
Sunday, April 8, 2018
Amb Marina Garcés
Ya se ve en la foto que al acto no le faltó soltura ni convivialidad, pero también percibí, en mí y en la compañía, seguramente también entre el público, un profundo cansancio a la vez que un rescoldo de energía latente. El 2017 fue un año duro para todos. Esa noche no hablamos de política pero intuí que Marina estaba buscando tiempo para escribir y que en algún momento tendríamos ocasión de leer algo certero sobre lo que estaba y está ocurriendo en Barcelona y en el mundo. Y, en efecto, este fin de semana he podido hacerlo. Su nuevo libro, Ciudad Princesa (Galaxia Gutenberg), es un relato de los últimos veinte años, una autobiografía intelectual y política que no es individual, sino colectiva, retratando ensayo tras ensayo un nosotras en el que nos reconocemos incluso quienes apenas hemos tenido trato con la ciudad o con su cronista.
Entretanto había leído Nueva ilustración radical (Anagrama, 2017) y me decepcionó la jugada con la que Jesús Zamora Bonilla lo interpreta en Mapping Ignorance, usándolo como representante de cierto pensamiento apocalíptico que pretende refutar a mayor gloria del optimismo (también ilustrado: lo cortés no quita lo valiente) de Steven Pinker. Es justamente lo contrario. Este ensayo de Marina es breve y programático, pero cualquier cosa menos pesimista: no se opone a la modernidad y el progreso; lo que se propone es devolverles el espíritu antidogmático, suspicaz e inquisitivo de la Ilustración con el que se iniciaron. Si Marina describe con tonos sombríos eso que ella llama la condición póstuma no es para defenderla o regodearse en ella, sino todo lo contrario: para afirmar a continuación que la principal tarea del pensamiento crítico hoy es “declararnos insumisos a la ideología póstuma” de los agoreros del fin del mundo (Nueva ilustración radical, p. 30).
Todavía estoy rumiando Ciudad Princesa y hoy sólo puedo recomendarlo con todas mis fuerzas, que últimamente (como puede verse en la frecuencia de entradas en este blog) no son muchas. Para hacerlo, y buscando ser útil a mi entorno de estudiantes y colegas, copio aquí algunos pasajes que por su relación con la universidad y la cultura me parecen especialmente valiosos y aplicables a otros lugares además de Barcelona. Pero hay mucho más...
[…] en un mundo material y socialmente tan interdependiente, ¿qué función tienen las instancias de proximidad, ya sean instituciones, entidades o colectivos? Pienso que principalmente es una: recoger y concretar la dimensión colectiva de la vida, cuando ésta se nos presenta como un ente abstracto del que cuesta tener una experiencia directa. Todo depende de todo y nada está de principio a fin en nuestras manos, pero la relación concreta con la vida como un problema común es la condición mínima para entender el sentido profundo y completo de nuestra interdependencia. No podemos hacernos cargo del planeta y sus habitantes, humanos y no humanos, si no tenemos percepción directa de nuestra vida juntos, que siempre es parcial y concreta. Sólo por ello es necesario cuidar y mantener la implicación cercana, la acción directa y los vínculos vivos. […] Sean grandes o pequeñas, las ciudades tienen hoy múltiples escalas, ritmos y dimensiones, y nuestras vidas políticas y culturales tienen que aprender a enlazarlas. (67)
[…] las instituciones públicas no son del Estado o de las élites culturales, sino del conjunto de la sociedad, en todas sus expresiones disonantes e irreductibles. Ante esta constatación, quizá la verdadera insurrección institucional que tenemos que llevar a cabo sea ésta: hacer hoy verdaderamente público lo público, independientemente de su titularidad. (117)
[…] sostener ya no significa simplemente aguantar. Quien sólo se propone aguantar, acaba haciéndose de piedra o rompiéndose. Muchas veces, demasiadas, las vidas comprometidas acaban siendo vidas dogmáticas o vidas quemadas. Y de las vidas quemadas se derivan las peores reacciones: el cinismo, la amargura, el egoísmo y el resentimiento. Sostener no es aguantar, pues, sino poder continuar. La continuidad puede ser dura de mantener, pero no es rígida. Implica acoger y recoger, soltar y retomar, aprender y comprender. En el mundo del management y de la gestión emocional tiene mucho éxito la imagen de vivir como surfear las olas. Es una buena imagen del valor emprendedor de la adaptabilidad: poder caer sin tocar fondo, remontar para triunfar. Pero entrar y salir no es surfear: es aprender a ser, nosotros mismos, oleaje. (129)
La universidad, como institución, impone muchas distancias a la convivialidad necesaria para el aprendizaje. Antes lo hacía a través de la distancia jerárquica y el trato frío y ceremonioso con el profesorado. Actualmente, a través de una gestión complicada de los espacios y de los tiempos que tiene como consecuencia que todo el mundo en la universidad esté produciendo (algo, ¿qué?). cada uno por su lado, en lugar de estar aprendiendo juntos. Hay un roce del pensamiento que actualmente puede tomar muchas formas, tanto presenciales como virtuales, pero que igualmente necesita de una condición indispensable para que el saber no quede reducido a mera información: poder construir juntos los contextos y las relaciones de aprendizaje. No tenemos que renunciar a ellos, ni siquiera en la universidad actual. (130)
La confrontación puede llevar a la derrota, pero la falta de cuidado aboca a la impotencia, lo que es mucho más grave y destructivo. (170)
[…] fuera de los ambientes académicos, que cada vez son más asépticos, crecen los espacios de pensamiento, de lectura, de creatividad y de trabajo colaborativo en torno a la cultura y a las ideas. El deseo humano de saber, de comprender y de preguntar creo que es como aquello que nos enseñaban de la energía: no disminuye, sino que cambia de lugar cuando las condiciones la asfixian. En este tránsito, las universidades, que están en el corazón de cierta idea de Europa, están perdiendo lo más vivo del saber, que es el deseo de aprender. Si quieren sobrevivir como centros creativos de los saberes de nuestro tiempo y no sólo como empresas del conocimiento especializado y aplicado, las universidades tienen que encontrar las vías para volver a conectar con este deseo y con las múltiples formas de expresarlo y de compartirlo. (188)
Me gustaría poder decir que esta ciudad a la cual vuelvo es una ciudad donde la cultura es el verdadero medio, el ecosistema vivo donde se desarrolla y se impulsa la vida colectiva, pero no lo puedo decir porque siento que no es así. En Barcelona, como tantas otras ciudades del mundo, lo que llamamos cultura se ha convertido en un producto festivalizado, vinculado al consumo y al turismo. Pero la cultura es otra cosa, es la posibilidad de relacionar, con sentido, los saberes y la vida, lo que sabemos y lo que queremos. No nos hace falta ser un Manhattan mediterráneo ni encontrar, en un parque temático, todas las culturas del mundo, como pretendió el Fórum Universal de las Culturas en 2004. Si queremos ser una ciudad de cultura, es mucho más importante que la educación funcione y abra caminos no tan sólo para entrar al mercado laboral sino para aprender, juntos, a vivir. La cultura es precisamente eso: aprender juntas a vivir. (249)
Friday, December 15, 2017
Pensar con Thoreau (7 tesis)
Pensar es pensar con otros. Con los vivos, con los muertos, y con esos muertos que están vivos. En mi caso, uno de ellos es Henry D. Thoreau. ¿Qué pasa en tu propia trayectoria filosófica cuando vas de la mano de alguien como él, que no es canónico en tu entorno y a menudo ni siquiera le reconoce como filósofo? No estar en el canon supone estar en los márgenes o en la periferia del conocimiento. Aparentemente, Thoreau es alguien que “hizo cosas”, alguien que construyó una casa en Walden y escribió un libro homónimo, no alguien dedicado a la filosofía. Pero, naturalmente, Thoreau sabía muchas cosas, como la zorra de Arquíloco. Lo que ocurre es que no sólo sabía, sino que hacía; no entendía el conocimiento fuera de la práctica o la acción, no separaba el conocimiento de sus cuidados o condiciones materiales.
Thoreau se encuentra vinculado a la filosofía de una manera dual: no sólo vía la cultura académica u oficial (la “alta cultura” que recibió en Harvard), sino también mediante lo que podríamos llamar “cultura silvestre” (la cultura montaraz o “gramática parda” producto de sus caminatas), que no siempre coincide con la cultura popular pero que la incluye de cierto modo. Por lo tanto, una primera respuesta a mi pregunta es que el efecto de pensar con Thoreau es doble: vincula la filosofía con la escritura, como práctica de autoconocimiento; y vincula la cultura con el autocuidado como práctica de la libertad (el cultivo o cuidado de sí, tal como lo entendían los estoicos primero y luego Foucault).
Presentarse como filósofo es audaz, aventurado, pero al mismo tiempo humilde: no se trata de saber, sino de atreverse a salir en busca del conocimiento (“si quieres ejercicio, sal a buscar las fuentes de la vida”, como dice en Walking). Aunque hizo suyo el lema emersoniano de “buscar una relación original con el universo”, Thoreau no reclama tanto la originalidad como eso que él llamaba sinceridad, el valor de hablar con una voz propia, algo que naturalmente es una voz plural, compuesta por miles de voces anteriores. Thoreau lo reconocía sólo a medias, manteniendo la demanda de sinceridad pero asumiendo que conlleva pagar cierto precio en excentricidad, pues cuando uno trata de ser completamente sincero se coloca en una situación incómoda, en una especie de distancia o exilio con respecto a la vida de los otros. Como dice en Walden, “exijo de todo escritor, antes o después, un relato sencillo y sincero de su propia vida, y no sólo lo que ha oído de las vidas de otros hombres; un relato como el que enviaría a sus parientes desde una tierra lejana, porque si ha vivido sinceramente, tiene que haber sido en una tierra lejana para mí.”
Hacer filosofía supone para Thoreau asumir que la verdad está “ahí fuera”, en una tierra lejana a la que hay que peregrinar partiendo de lo conocido, conveniente o familiar. En su ensayo sobre la desobediencia civil, Thoreau habla de “aquéllos que no conocen fuentes más puras de verdad, quienes no han rastreado su curso a más altura”. Esos están con la moral establecida —y están prudentemente, dice Thoreau—, con la Biblia y con la Constitución. “Pero —añade— aquéllos que contemplan de dónde gotea el agua a este lago o a ese estanque, se ciñen los lomos una vez más y continúan su peregrinación hacia el manantial.” ¿Qué es el manantial? La agencia humana autónoma e interdependiente. Esa soberanía individual consciente de que su autonomía se sostiene gracias a su entorno, y por eso se dice en Walden que “actuar colectivamente responde al espíritu de nuestras instituciones”. Así, al final del ensayo Thoreau habla del respeto a los derechos humanos, y de corregir el “verboso ingenio de los legisladores del Congreso” mediante “la oportuna experiencia y las quejas efectivas del pueblo”.
El transcendentalismo americano estaba influido por el romanticismo europeo, e indirectamente por Kant. Por eso para Thoreau la verdad no sólo está “ahí fuera”, las estrellas en lo alto, sino también “aquí dentro”, la ley moral en mi corazón, en mi conciencia. Dado que hay que combinar los dos enfoques, los datos de la experiencia con las categorías trascendentales que nos permiten conocer el mundo, sólo mediante la autoobservación construiremos o alcanzaremos ciertas intuiciones. Por eso Thoreau trabajó de una manera dual, introspectiva y extrovertida, declarándose “natural philosopher” (aunque en su tiempo esa expresión denotaba también lo que hoy llamaríamos un científico) al tiempo que consideraba que la filosofía natural (ciencias) y la filosofía moral y política (ética) no eran actividades separadas o incompatibles.
Este carácter dual de su filosofía me parece especialmente contemporáneo. Como no voy a poder reducir su pensamiento a una sola tesis, me limitaré a señalar siete características que, a mi juicio, hacen de él un filósofo de la cultura dual, aunque no un filósofo canónico u ortodoxo. Pues lo interesante no es introducir a Thoreau en el canon y leer su obra como si fuera literalmente un manual a seguir. Esa es, de hecho, la mayor traición que podríamos hacer a quien escribió lo siguiente: “No quisiera que nadie adoptara mi modo de vida por causa alguna, pues además de que antes de que lo hubiera aprendido podría haber hallado otro para mí mismo, deseo que haya tantas personas diferentes en el mundo como sea posible; pero quisiera que cada uno fuera muy cuidadoso en descubrir y seguir su propio camino, y no el de su padre o el de su madre o el de su vecino.” (Walden)
Primera tesis. Thoreau escribía, literalmente, para pensar. El pensamiento era para él una facultad “más valiosa que el más precioso de los relojes de oro” (29 de julio de 1850) y una facultad ligada necesariamente a la escritura. La escritura, dice en su diario, era para él un recuento de su “afecto por cualquier aspecto del mundo. De aquello en lo que me gusta pensar.” (16 de noviembre de 1850). Pensamiento como reconstrucción afectiva del mundo y movimiento que nos traslada a algún locus amoenus, algún lugar donde vivir sea grato.
Segunda tesis. Thoreau no suele dar malas noticias y por ello su prosa transmite confianza en esa potencia movilizadora del pensamiento, pero también es consciente de que el pensamiento requiere condiciones materiales. Cuando se practican bien, la política y los cuidados son dos actividades orientadas a proporcionar esas condiciones y así preservar la vida. No la vida en general, sino la vida concreta de alguien, que nunca es sólo su vida, sino una vida vivida con otros.
La casa es el lugar de los cuidados, pero a Thoreau le preocupaba que la casa se comiera metafóricamente el resto de su vida. Por ello su programa en Walden fue algo así como reducir la casa (la economía, los deseos, la voluntad de poder) y ampliar el vecindario (la ecología, sensibilidad moral, la inclusión del otro) para así hacer posible el pensamiento. ¿Qué es, al cabo, pensar? Colocarnos en un lugar dónde no estábamos, en ese extrañamiento (unheimlich) cuyo objetivo no es tanto la felicidad como la apertura, el desplazamiento, la transformación.
Esta conversión, la metanoia de los antiguos, es una transformación necesaria para abordar la finitud, la impotencia, el fracaso, la negatividad, eso que llaman “el trabajo del duelo”. Esta es mi tercera tesis. Aquí y ahora, el pensamiento parece impotente para sacarnos de un presente exhausto en el que todo lo humano parece ya póstumo. Esto tampoco es nuevo. En 1854, el año en el que se publicó Walden, Thoreau ya coloca lo humano en el pasado; la posterior declaración por Nietzsche de la muerte de Dios no es sino otra manera de nombrar ese funeral por la humanidad, por los ideales y el proyecto emancipatorio de la Ilustración. Pero Thoreau no es fatalista y al acercarse a algún fenómeno natural el encuentro le devuelve la confianza en el mundo, afirmando la posibilidad de reconstruir el vínculo con los demás a través de una experiencia tan básica y a la vez tan fugaz o impermanente como observar una planta con todos los sentidos. Ese movimiento entre melancolía y la esperanza, entre el duelo y la confianza, es característico de Thoreau y también de nuestro tiempo, lo que nos lleva a la siguiente tesis.
Cuarta. Thoreau es contemporáneo porque se dio cuenta de que estamos cruzando las fronteras de la humanidad. Y no sólo nos proporciona ese mismo diagnóstico un siglo antes de la Gran Aceleración (la rápida transformación socioeconómica y biofísica a consecuencia del enorme desarrollo tecnológico y económico acontecido tras el final de la Segunda Guerra Mundial), sino que también ofrece una intuición para combatirlo, la idea central de Walking: que “en lo silvestre se halla la preservación del mundo”. Dicho en otras palabras, que necesitamos lo no-humano para preservar lo humano.
Quinta tesis. Thoreau es contemporáneo porque es urgente, pero también porque es un clásico. No sólo de las letras norteamericanas, sino de las humanidades universales, el banquete y el combate de la cultura universal. Llamo universal a ese lugar desde donde podemos compartir las experiencias fundamentales de la vida a partir de cualquier lengua, cualquier cuerpo, cualquier casa, cualquier pueblo, siempre que en ese lugar se practique la atención plena, la lectura lenta o la escucha atenta. Esas experiencias fundamentales son los “essential facts of life” que Thoreau se propuso enfrentar en Walden (el lugar y el libro), buscando adquirir, elaborar y transmitir el fondo común de experiencia humana.
Sexta tesis: el pensamiento como poesía del movimiento. Ya he dicho que Thoreau no nos impone una obra, sino que nos presenta su vida: proporciona una perfomance, un artefacto artístico-científico, narrativo, más que una teoría o sistema. Como Diderot, otro singular ecléctico, Thoreau es un filósofo que camina y cuya obra no se acaba nunca, porque su pensar está en continuo movimiento. El suyo es un pensamiento que no se detiene en una estación final, sino que va transitando de una verdad a otra sin aferrarse demasiado a la coherencia, esa virtud que su maestro Emerson consideraba “la superstición de las mentes pequeñas”.
Séptima tesis. Thoreau es un pensador ecléctico, alguien que no se encadenó a ninguna adscripción filosófica o religiosa. Así lo confiesa en el diario: “No prefiero ninguna religión o filosofía. No simpatizo con el sectarismo y la ignorancia que hacen distinciones pueriles, momentáneas y parciales entre diferentes credos o formas de fe.” (Posterior al 26 de abril de 1850) Lo anterior no quiere decir que no intentase alcanzar cierta serenidad, cierto equilibrio. Para ello recurría tanto a lo que hoy llamamos ciencias como a lo que llamamos letras, porque “el filósofo contempla los asuntos humanos con la misma tranquilidad y distancia que los fenómenos naturales. El filósofo moral necesita la disciplina del filósofo natural [científico]. Quien está ejercitado en el estudio de la naturaleza goza de grandes ventajas para el estudio de la humanidad.” (6 de mayo de 1851)
Resumiendo, Thoreau vivió el pensamiento como escritura, como una reconstrucción afectiva del mundo y un movimiento que nos traslada a algún lugar donde vivir sea grato. Ante la impotencia del pensamiento para sacarnos de un presente que parece exhausto, propone una cultura como movilidad (“humanidades en transición”, en la fórmula de Marina Garcés), cuyo objetivo es transportarnos a otro lugar, movilizarnos, mediante un extrañamiento cuyo objetivo no es tanto la felicidad como la apertura, el desplazamiento, la transformación o conversión. En ese sentido, Walden es una crítica cultural a nuestra condición, una condición que está escindida, o en negación o en transición. El programa de Thoreau para esa transición consiste en reducir la casa y ampliar el vecindario para así hacer posible un pensamiento dirigido a los hechos esenciales de la vida. Uno de esas intuiciones básicas es la interidentidad o interdependencia: necesitamos lo no-humano para realizar y preservar lo humano. Thoreau es un filósofo contemporáneo porque es un clásico que encarna cierta innovación (trascendentalista, es decir, romántica o revolucionaria) frente a lo establecido, anticipando algunos desafíos que son hoy nuestros. Y porque lo hizo de manera ecléctica, sin reivindicar una doctrina filosófica en particular (lo que le permite ser hoy invocado por todas), enlazando saberes dispersos a ambos lados de la creciente brecha entre las dos culturas.
Thursday, November 23, 2017
Literaktum 17 (una transcripción parcial)
Sunday, October 29, 2017
Thoreau y Cataluña: ¿qué diría Henry?
El 26 de julio, A. B. Alcott (el padre de Louisa May, la autora de Mujercitas) escribió en su diario que estuvo charlando con su amigo acerca de eso, y el propio Thoreau presentó su posición en dos conferencias en enero y febrero de 1848, cuyo texto no se conserva. Pero hay razones para pensar que lo dicho entonces se recoge con pocos cambios en “Resistance to Civil Government”, el texto que Thoreau publicó en 1849 y que apareció bajo el título de “Civil Disobedience” en 1866.
No obstante, algo se perdió por el camino. El trece de febrero de 1848, Alcott y Thoreau mantuvieron una conversación sobre asuntos de estado en casa de Emerson. Thoreau se encontraba en esas fechas preparando su segunda conferencia para el Liceo y Alcott anotó en su diario que entre otras cosas Thoreau “quería decir algo sobre el caso de Rhode Island”. ¿Qué caso era ese? Lo he contado en otro lugar pero lo traigo aquí de nuevo porque ilustra la clase de cuestiones que Thoreau tenía en mente al sentarse para escribir lo que con el tiempo se convertiría en el ensayo sobre la desobediencia civil.
Rhode Island es un pequeño estado de Nueva Inglaterra que fue el escenario de un polémico caso judicial a propósito de la reforma de su Constitución. La ley fundamental del estado se remontaba a la carta colonial de 1663. Dado su anacronismo, se intentó modificar la carta mediante el procedimiento instituido, pero los reformadores no tuvieron éxito, así que su líder (Thomas Dorr, un abogado de clase alta) convocó una asamblea constituyente en 1841 con el objeto de redactar una nueva Constitución. El gobierno hizo otro tanto. En el subsiguiente referéndum salió elegida la versión de Dorr, pero su partido no pudo tomar el poder. Hacia finales de 1842, los votantes aprobaron otra Constitución tan liberal como la de Dorr, con lo que la crispación se redujo considerablemente, pero un seguidor de Dorr, Martin Luther, denunció a un tal Luther M. Borden y a otros milicianos estatales por allanamiento de morada cuando cumplían la ley marcial impuesta por el gobierno establecido. Esta acción judicial planteaba la cuestión de cuál de los dos documentos, la vieja carta o la Constitución de Dorr, era más legítimo, y el caso alcanzó el tribunal supremo en enero de 1848. Daniel Webster abogó en defensa de Borden y del gobierno establecido.
En 1849 el Tribunal Supremo falló el caso Luther vs Borden a favor de la posición de Webster, pero las sesiones se mantuvieron durante 1848, justo cuando Thoreau tenía el borrador de su texto aún por publicar. Y sin duda tenía el caso en mente cuando dedicó sus párrafos finales a criticar a Webster, sin por ello dejar de reconocer sus méritos como jurista y orador. Pero Thoreau es un filósofo y lo que dice sobre Webster transciende el caso de Rhode Island y puede aplicarse a otros: “Estadistas y legisladores, al estar tan completamente integrados en las instituciones, nunca las ven de un modo claro y distinto. Hablan de movilizar la sociedad, pero carecen de punto de apoyo fuera de ella. Pueden ser hombres de cierta experiencia y discernimiento, y sin duda han inventado sistemas ingeniosos e incluso útiles, por los cuales sinceramente les damos las gracias; pero toda su utilidad y buen juicio se mueven dentro de ciertos límites no muy amplios. Tienden a olvidar que el mundo no está gobernado por la política y la conveniencia. Webster nunca va más allá del gobierno y por eso no puede hablar de él con autoridad. Sus palabras son prudentes para aquellos legisladores que no contemplan ninguna reforma esencial en el gobierno existente; mas para los pensadores, y para quienes legislan para todo tiempo, no da en el clavo ni una sola vez.”
Cuando se trata de hacer reformas esenciales, dice Thoreau, hay que fijarse en el origen de la legitimidad y no sólo en la conveniencia dentro del marco legal: “Aquéllos que no conocen fuentes más puras de verdad, quienes no han rastreado su curso a más altura, están —y están prudentemente— con la Biblia y con la Constitución, y beben de ellas con reverencia y humildad; pero aquéllos que contemplan de dónde gotea el agua a este lago o a ese estanque, se ciñen los lomos una vez más y continúan su peregrinación hacia el manantial.”
¿Cuál es el manantial? Una soberanía individual consciente de que, como se dice en Walden, “actuar colectivamente responde al espíritu de nuestras instituciones”. Así, al final del ensayo Thoreau habla del respeto a los derechos humanos, y de corregir el “verboso ingenio de los legisladores del Congreso” mediante “la oportuna experiencia y las quejas efectivas del pueblo”.
Eso es lo que, pienso, diría Thoreau sobre Cataluña: lo mismo que escribió entre 1846 y 1849. Lo que haría también lo podemos imaginar, y seguramente también lo podremos practicar.
Imagen: @edulartzanguren