Como traductor soy más bien autodidacta. Pero hoy me he acordado de José Luis Arántegui (aka Reny Poch), con quien coincidí en los años de la Facultad en Zorroaga, traductor de Karl Kraus, escritor y poeta. Tenía impreso “trujamán” en su tarjeta de visita y fue él quien me enseñó el vocablo: según parece, el trujamán (también llamado trujimán o dragomán; turgumán en el árabe hispánico original) era un intérprete informal que auxiliaba ciertas transacciones comerciales durante la Edad Media. A diferencia de los traductores formales, el trujimán tenía una preparación técnica limitada y sólo servía para hacer negocios puntuales en un campo comercial específico.
Yo tampoco soy un traductor profesional y mi dominio de competencia es bastante limitado: aunque he traducido más cosas --generalmente pro bono, o sea, por la cara--, lo único que sé traducir bien es la obra de Thoreau, porque a él sí que me lo he trabajado. Así que debo ser más dragomán que otra cosa. Por otra parte, Arántegui era --es, espero-- un escritor culto, oculto y prodigioso, así que también me gusta considerarme su discípulo informal, su infiel Padawan.
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